La destructora de mundos


Nacida en el seno de una familia como cualquier otra, nunca tuve una madre que me diera un nombre, una identidad, siendo vulgarmente bautizada como la destructora de mundos, la Diosa cuya misión es la de acabar con toda esperanza.
Todos odiarían tan terrible sino, sin embargo he aprendido a sobrevivir con tan terrible carga, porque mi misión, está por encima de sentimientos, ideales o creencias.
Sesgando vidas inclusive a temprana edad, justas e injustas y cargando en las espaldas injurias, nunca he dejado una sin cumplir.
Maldita de nacimiento, convertida en la nueva parca, tuve que arrebatar la vida a la persona que juré amar para siempre, lo cual he hecho hasta el día de hoy, siendo condenada a vagar sola por el universo, arrasando todo a mi paso con la única esperanza, que quizá y solo quizá, algún día podría volver a yacer con mi amado en la tierra prometida. Sin embargo, la inmortalidad que me fue impuesta, que con tanto anhelo ansían reyes y caballeros, lo convierte en un imposible, como el beso entre la luna y el sol.
Pude agachar la cabeza, convertirme en el oscuro como predecesores de antaño, renunciar a toda esperanza, pero contrariamente a todo, decidí cambiar el ciclo. Seguí siendo la portadora de luz que descubrió y tomé las riendas de mi destino. Aunque siempre supe que mis actos me condenarían eternamente, a pesar de tener que vivir con las manos ensangrentadas odiada por todos, jamás dejaría de ser la persona que sus ojos reflejaron.
Durante siglos estuve perdida en mares planetarios, deseosa de terminar con todo, sin comprender, que a pesar del destino que me había sido impuesto, podía luchar contra él, porque aunque sirviera de bien poco, la esperanza de lograr el cambio, mantenía viva en mi interior, la única parte buena que me quedaba.
Me diste la vida, me diste la luz, las tinieblas jamás conseguirán arrebatármelo.
Soy la destructora de mundos y a pesar de lograr poderosos enemigos, de ser odiada por todos, soy capaz de amar, sentir y ser amada.
No hay condena eterna que no fuera capaz de pagar por tan solo verte una vez más, no hay condena eterna que haga que lo siga intentando.

 

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